lunes, 14 de mayo de 2012

El tiempo que nos queda.


Podemos vivir el resto de nuestra vida haciéndonos sufrir a nosotros mismos.
Podemos afligirnos por todo lo que es incómodo para nosotros.
Podemos dar la vuelta a la luz, a la felicidad, a lo etéreo.
Podemos disfrutar de una vida llena de placeres y deseos cumplidos, pero podemos atisbar un terrible destino de incertidumbre cuando, tras todos esos deseos cumplidos, nos paramos a pensar ¿nos ha servido de algo para la posteridad? 
En su momento nos hicieron sentir júbilo, euforia, satisfacción...pero, ¿sirven ahora cuando me paro a pensar quién soy yo?
¿No soy capaz de amarme por ser un organismo autómata que es capaz de respirar simplemente?
¿No soy capaz de apreciar toda la belleza que ronda en casa ser humano en su más perfecta creación por obra y misericordia de la madre Naturaleza?
Podemos ahogarnos nosotros mismos. 
Podemos malgestionar las situaciones externas y que nos lleven a terribles abismos.
Podemos ver los más devastadores cataclismos en cada pequeña gota de lluvia.
En cada pequeño deseo incumplido.

- Eso nos crea una situación de vacío.
Y una vez que contemplamos ese vacío, nos aterramos.

¿No éramos más felices, pues, cuando éramos infantes; apenas pensar y sólo vivir en la imaginación?
Entonces, ¿por qué nos odiamos al pensar que no somos más que el origen de un profundo vacío oscuro?
Amemos ese vacío fértil, y reguémoslo cada día con bienestar intempestivo de la nada.
Sólo así hallaremos la felicidad.
Una verdadera felicidad.
Una felicidad sin límites ni sustento, carece de cualquier material salvo el libro albedrío de nuestro abismo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario