martes, 1 de mayo de 2012

Tripolaridad.

Mente y cuerpo se tornan en uno, cuando menos lo creemos.
Podemos fusionar nuestras sensaciones con nuestro cuerpo y cerrar los ojos, y volar a otros universos.
Otros universos que se expanden en nuestras propias neuronas.
Nuestras sinapsis agradecen volar más allá del cerebelo, de nuestra masa gris.
Viajan como puntos en un cosmos que se iluminan, y podemos dibujar cualquier ser que deseamos en ellos.
Somos dueños de lo que queramos creer, no hay dogmas que seguir salvo el que nos dicte nuestra propia razón.
¿Quién hubiese sabido que la fuente de todos nuestros males se haya en la percepción que nuestro subconsciente decide tener sobre ellos?
Un subconsciente que, subconscientemente controla el consciente, llevándonos a una locura demente que  desborda el subconsciente.
Es entonces cuando empiezan las peores de nuestras locuras, y nos regocijamos en ellas como presos aéreos que quieren escapar de su cuerpo, atribuyendo a los males corpóreos las dolencias de nuestra psique.
Pensamos todo el rato inconscientemente en la idea de morir, para solucionar aquello que nos aflige.
Aquello que nos aflige nos hace más fuertes, y una vez seamos conscientes de esta gran idea, seremos verdaderamente libres.




Libres de volar a donde queramos, incluso con las dolencias y males de nuestro cuerpo, sin hacerles caso, para no encontrarnos limitados a la hora de la verdad, a la hora de actuar.




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