martes, 1 de mayo de 2012

Vértebra a vértebra.

¿Cuál es la menor de dos maldades si se matan o mueren en vano?

Podemos creer que el mundo es enorme, que se forma de montañas, mares, océanos, ríos, nubes, vida, esperanza...pero en el fondo son sólo sensaciones que percibimos y no por ello se convierten en nimiedades. Podemos proyectar con tantísimo deseo una desgracia en nosotros mismos y convertirla en real como la más peor de todas las pesadillas. Podemos también, si se nos invita, crear un mundo de mariposas, armoniosos cantos, sensaciones místicas inexplicables al máximo razonamiento y volvernos locos entre tanto júbilo desmesurado.
Detrás de nosotros se esconde lo que desconocemos; lo que no vemos. Queremos poseer todo aquello que no atisbamos. Queremos controlar todo aquello que nos parece provechoso para nuestra posterioridad. Deseamos esto con tantísima fuerza que se nos ha olvidado cuál era el verdadero motivo de querer tener todo bajo un cierto control: la Armonía; y siendo más cauto: la Serenidad.
Vamos construyendo vértebra a vértebra una columna de sustentos óseos de todo aquello que deseamos manejar que olvidamos enriquecer estos huesos y los volvemos frágiles y débiles.
¿Qué pasa cuando nos creemos erectos con semejante columna y una médula mental nos recorre por todo nuestro cuerpo recordándonos que somos nosotros mismos los que hemos levantado esa columna y no ninguna razón biológica? - Lo cargamos todo en los hombros, rompiendo vértebra a vértebra, dejando semejante cadáver varado en la tierra esperando a que el mejor postor hurte nuestra capacidad ósea para alojar un apolíneo decorado en su museo. Así creamos la peor y más preciosa de las hecatombes, el más perfecto y lineal Apocalipsis, el más tedioso cataclismo que podamos sentir.
Ahora todo se vuelve de color negro, todo se oscurece como si no existiera ese bonito sol que va a estar ahí brillando siempre para nosotros. Lo denostamos al desvalorar su función, y creemos que nuestros deseos son más importante que él.
La naturaleza no ha fijado ningún límite en nuestras esperanzas, así que, ¿por qué no las proyectamos a un más allá y las perseguimos para olvidar todo lo nuboso que torna con el viento que hemos creado nosotros mismos en una vorágine temporal que se puede aniquilar de semejante manera?





1 comentario:

  1. A fin de cuentas, Kosmos, la peor maldad es confiar en los demás en vez de en uno mismo. Un abrazo, crack, cuídate.

    ResponderEliminar